Existen personas que ponen todo su ser en lo que hacen. Y Lara es una de ellas.
Es piel, corazón y convicción, es pasión y fortaleza, es esperanza, emoción y vocación, lo que la ha llevado a poner su granito de arena en pequeños proyectos en Perú y en Argentina.
Descubre su historia y déjate contagiar por su compromiso e ilusión por un mundo mejor.
1. ¿Quién eres y qué voluntariado/s has hecho? (ong, objetivo del proyecto, país, duración…)
Me llamo Lara García y siempre me ha llamado la atención el tema del voluntariado. Empecé desde jovencita ayudando a crear un grupo de solidaridad en mi instituto, mediante el que poder recaudar fondos para después destinarlos a causas sociales. Más tarde, mientras estudiaba la carrera de educación social, también formé parte de la Fundació Autònoma Solidària, con la que colaborábamos con colectivos en riesgo de exclusión social.
He hecho dos voluntariados internacionales: en Perú, con la ong La Restinga durante 5 semanas, y en Argentina, con la Asociación Jardín de los Niños durante un mes.
Más recientemente he acabado un máster de cooperación internacional y ayuda humanitaria, haciendo las prácticas en Creu Roja Barcelona, lo que me ha permitido conocer de primera mano la otra cara del voluntariado, la parte más administrativa, de creación de proyectos, de llevar a cabo campañas de sensibilización, de emergencia o de recogida de fondos para diferentes causas. Aunque personalmente sigo prefiriendo el trabajo de campo, también es bueno ver todo el trabajo que hay detrás de la puesta en marcha de los proyectos.
2. ¿Cuáles eran tus tareas como voluntaria?
Durante mi primer voluntariado, estuve cinco semanas colaborando en los diferentes proyectos que se llevaban a cabo desde la Asociación La Restinga, una ong que trabaja en el pueblo de Iquitos, en la selva amazónica del norte de Perú.
Mi colaboración se centró más concretamente en dos proyectos: con los llamados “pirañas” o niños de la calle y en un proyecto que se llevaba a cabo en el barrio de Belén, el más precario de Iquitos, y que a su vez tenía dos vertientes, un taller de prevención de abusos sexuales, que utilizaba la capoeira para trabajar este tema con niños de entre 5 y 8 años y un taller de promotores, que formaba a chicos y chicas adolescentes para que en un futuro inmediato ellos mismos pudieran impartir proyectos en su barrio.
En el primero de los casos, los llamados pirañas eran niños que vivían o bien en la calle o bien con sus familias pero en condiciones muy precarias. Subsistían básicamente como limpiabotas o como cartoneros, tapando con cartones y vigilando las motos que la gente aparcaba en la calle y por lo que recibían la voluntad a cambio.
Lo que se pretendía con estos niños, que en su mayoría empezaban a flirtear con los pequeños delitos, era que se acercaran a la Restinga con el reclamo de alguna actividad que les pudiera interesar, como por ejemplo el video-fórum. Una vez acabada la actividad, se les ofrecía la posibilidad de quedarse en la asociación y compartir la comida de ese día. Así se aprovechaba para trabajar, entre otras cosas, los hábitos de higiene y se conseguía alejarlos, aunque fuera momentáneamente, de la vida de la calle, haciendo que se acercaran a unos modelos más prosociales de relación con el resto.
En el caso del taller de capoeira, tuve la suerte de llegar justo cuando se iba a poner en marcha. Cada día subíamos el material al motocarro e íbamos al barrio de Belén, a recibir a un grupo de niños que venían corriendo a buscarnos, siempre con una sonrisa, deseando jugar y aprender algo nuevo cada día.
La capoeira nos permitía acercarnos a ellos y relajar el ambiente, para empezar a tratar un tema que está demasiado presente en la vida de estos niños (los abusos sexuales). Mediante juegos y charlas se les ayudaba a identificar situaciones de riesgo y se les hacía ver la importancia de tener a alguien de confianza a quien explicar o con quien compartir lo que les pasaba en su día a día.
Con los adolescentes se hacía un trabajo esencial desde mi punto de vista, porque no sólo se les estaban dando herramientas para que desarrollaran capacidades y habilidades que les hicieran alejarse de las situaciones de vulnerabilidad en las que vivían, sino que ellos mismos se convertían en la mejor manera de incidir sobre sus iguales y sobre los menores del barrio, que los veían como un modelo a seguir, mucho más positivo de lo que podría ser cualquier otro.
Mi segundo voluntariado fue en Posadas, una ciudad al norte de Argentina separada de Paraguay por el rio Paraná. La ong con la que colaboré se llama Asociación Jardín de los Niños, y de ella dependen dos de los proyectos donde pasé gran parte del tiempo que estuve allí: el Club de Abuelos “la Primavera”, donde vivían un grupo de personas mayores en situación de vulnerabilidad, y el Hogar de Madres San Francisco, un hogar de tránsito para madres adolescentes, donde viven con sus hijos hasta que su situación se estabiliza.
En el caso de este voluntariado, llegué sin tener claro cuál iba a ser mi colaboración y de hecho no me dediqué a un solo proyecto como hice en Perú, sino que colaboraba con las diferentes actividades que se organizaban desde la Asociación Jardín de los Niños, ya que ésta era muy activa en el barrio. De hecho, con sus fondos, había ayudado a asfaltar y construir gran parte de las casas que lo conformaban.
La primera semana la pasé conociendo el trabajo de la ong y viendo en qué medida podía ayudar con mi aportación, y a partir de allí organicé mis semanas haciendo colaboraciones puntuales con los diferentes sectores a donde llegaba el trabajo del Jardín.
Principalmente estuve en el Hogar de Madres, ya que allí tenían habitaciones para los voluntarios y es donde estuve viviendo durante todo el mes. Eso me permitía colaborar con las tareas que se hacían en la casa, pasar mucho tiempo con los niños, acompañar a las madres en sus recados y conocer de primera mano la realidad de aquellas familias.
También hacía visitas periódicas al Club de Abuelos, donde con pocos recursos y muchas ganas, las coordinadoras cambiaban la vida de estas personas, que en muchos casos no tenían a nadie más que a sus compañeros del Club. Desde allí se hacían talleres, charlas, salidas en grupo y sobretodo celebraciones constantes, siempre había un motivo para celebrar e intentar ser positivos. Allí me quedó claro lo importante que puede ser una sola persona, la implicación y las ganas que se tengan para que un proyecto funcione.
El resto de colaboraciones fueron más puntuales. Por ejemplo, en las guarderías que dependían de la Asociación, o haciendo entrevistas casa por casa para documentar el impacto que la Asociación había tenido en la creación y en la mejora del barrio.
3. ¿Cuáles crees que son las claves para que el voluntariado sea una experiencia lo más enriquecedora posible tanto para el voluntario como para la comunidad? ¿Y los errores a evitar a lo largo del voluntariado?
En mi corta experiencia con el voluntariado, he podido darme cuenta que para que éste sea enriquecedor, hay factores externos que no puedes controlar, pero otros internos que sí que dependen básicamente de ti.
Creo que antes de hacer un voluntariado, es importante conocer un poco la zona donde vas a trabajar, el entorno donde te moverás y la cultura y costumbres de las personas con las que te relacionarás. No es indispensable, pero si el tiempo te lo permite, es de bastante ayuda. En mi caso, en los dos voluntariados que he hecho en Perú y Argentina, previamente había pasado un mes viajando por el país, relacionándome con la gente, conociendo un poco más los ritmos, las maneras de hacer y las particularidades de esos países.
Por otro lado, un factor básico es la mentalidad con la que quieras enfocar esa experiencia. Habría que hacer un trabajo con uno mismo para intentar desprenderse en la medida de lo posible de todos los prejuicios con los que vamos cargados y estar dispuesto a vivir el día a día como algo que hay que exprimir al máximo, porque por mucho que pensemos que somos nosotros quienes vamos a ayudar, a colaborar, a enseñar…, irremediablemente será el resto quien nos enseñe a nosotros y seremos nosotros quienes aprendamos en la interacción con las nuevas persones que conozcamos.
También el hecho de tener bien delimitadas las funciones que harás, puede ayudar a que tu aportación sea más productiva. Aunque esto también depende mucho del tipo de organización con el que colabores. Hay ongs que tienen perfectamente delimitados los tiempos y las actividades en los que pueden colaborar los voluntarios. Otras, en cambio, por ser más pequeñas o más informales, dejan más libertad para que sea el propio voluntario el que haga propuestas o se una a las actividades que ya están en marcha. En este segundo caso, yo recomendaría ir con alguna idea pensada, una actividad, un taller o algo que se te dé especialmente bien, o sino informarte de las actividades que se están haciendo para ver aquellas que te pueden motivar más. De lo contrario, creo que hacer este proceso y decidir qué hacer una vez estás allí, puede hacerte sentir que estás perdiendo un tiempo valioso y puede llegar a ser frustrante, sobretodo en el caso de los voluntariados más cortos.
4. Cuéntame una anécdota, un recuerdo, una imagen… que te marcó y que vas a recordar siempre como parte de tu voluntariado.
Momentos importantes hay muchos, son constantes, pero podría poner dos ejemplos que me marcaron de maneras muy diferentes.
El primero fue estando en el proyecto de promotores adolescentes, cuando después de varias sesiones, un compañero me hizo ver que una de las promotoras, por su físico y por su situación familiar, sería con toda probabilidad víctima de la explotación y del turismo sexual que abunda en Iquitos. Aun sabiendo y habiendo visto de primera mano la cantidad de gente que viaja a Iquitos buscando ese tipo de turismo, supongo que cuesta dar el paso de ver que aquella niña con la que estás tratando y que no es más que eso, una niña con toda la ingenuidad y la inocencia que eso conlleva, puede acabar metida en ese mundo. No pretendo ser pesimista, al contrario, creo que cuando la realidad se hace tan evidente, te empuja a seguir haciendo lo que haces con más fuerza, porque sabes que con tu granito de arena puedes colaborar a que situaciones así se reduzcan.
Otra situación que recuerdo, fue estando de nuevo en Barcelona. Mediante otros voluntarios que fueron a la misma ong de Perú me hicieron llegar unas cartas y dibujos que me habían escrito los niños del taller. Eso me emocionó especialmente, porque me hizo ver lo real que había sido todo. Después de un tiempo, ellos seguían acordándose de mí, yo había formado parte de sus vidas, ni que fuera por un instante y me lo agradecían con todo su cariño.
5. ¿Recomendarías hacer un voluntariado? ¿Qué le dirías a alguien que quiere hacer un viaje solidario?
Recomendaría hacer un voluntariado por muchísimos motivos. De hecho, siempre he pensado que se debería implantar como una asignatura más dentro del currículum escolar, porque el aprendizaje que te permite este tipo de experiencias es igual de importante o más, que lo que puedes aprender con un aprendizaje más formal.
No sólo somos conocimiento, números y letras, somos sentimientos, sensaciones, vivencias y emociones y una experiencia de voluntariado es el entorno perfecto para que todo esto aflore.
Además, el sólo hecho de tener que salir fuera de tu país, relacionarte con gente que nada tiene que ver con tu cultura o con tus ideas o incluso con tu idioma, te hace madurar en muchos sentidos.
Por último y no menos importante, es necesario ver las realidades y necesidades que hay fuera de nuestro mundo, el que tenemos creado a nuestro alrededor, porque eso ayuda y mucho a relativizar todos los problemas que podamos tener y luchar por algo que es más importante que nosotros mismos.
Estoy convencida de que el testimonio de Lara no ye ha dejado indiferente y de que te ha inspirado a poner rumbo a tu viaje solidario.
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